6 de febrero del 2012
El final del partido se aproximaba y los hinchas se estremecían de emoción con el paso de los minutos.
Las gotas tranquilas que acompañaban el paisaje de la cancha pronto empezarían a arreciar provocando en los jugadores aún mas tensión que la que usualmente precede los partidos.
El estadio estaba repleto y yo estaba sentada en la tienda del equipo, el punto de encuentro que el grupo había escogido previamente. Pasados 20 minutos estábamos casi completos pero faltaba uno, James. Para mi el grupo estaba vacío si no estaba él y el partido no tendría el mismo sentido sin su presencia. Para mí.
El viento soplaba fuerte y recordé las palabras de mi abuela cuando salí de casa: “Llévate un suéter Sofía, no recuerdo haber vivido un invierno tan lluvioso como este en mis noventa años”. “No tengo tiempo” –conteste- y salí corriendo para no hacer esperar a ninguno de mis compañeros, pues la cita había sido planeada a las dos de la tarde y era la una y cincuenta, cuando salí.
Faltaban treinta minutos para el comienzo del partido y cada minuto que pasaba el viento y la lluvia incrementaban su fuerza. No había señales de James por ninguna parte, me puse de pie, abandoné mis compañeros y me dirigí a la puerta de la tienda para ver si lo veía llegar. Entre las gotas y la multitud, encontré su mirada, afanado por llegar, ví su rostro empapado y cansado. Disimulando miré al piso, como si hubiera perdido algo. No quería que James fuera testigo de mi felicidad al verlo llegar. “Hola, perdón por mi tardanza, ya sabes, la congestión de la cuidad es exorbitante y empeora con la lluvia” -explicó-. “No hay problema, estas a tiempo, el partido aún no ha comenzado, vamos por el resto del grupo para que entremos todos juntos.”
Acomodados en nuestros lugares el partido comenzó. Mirando a mi alrededor pude notar que la hinchada de mi equipo superaba ampliamente la del equipo contrario.
Como se había anticipado, la tormenta enfureció de tal forma que era casi imposible reconocer a cada uno de los jugadores. La hinchada estaba inquieta y la lluvia no lograba calmar la emoción que los embargaba.
Los periodistas informaban sobre un posible receso, los jugadores continuaban el juego frustrados por la incesante lluvia, los hinchas gritaban exaltados y yo… solo percibía el mal ambiente que reinaba en el estadio.
El narrador anunció que faltaban quince minutos para finalizar el partido y ninguno de los equipos había conseguido aún la victoria. Ahora si la tensión se podía sentir por toda la cancha, mis compañeros solo se lamentaban y usaban la lluvia como excusa del empate, mientras que James observaba con ansiedad y esperanza.
El jugador estrella del equipo contrario empezó a descollar en la cancha haciéndose dueño del balón la mayoría del tiempo y faltando dos minutos con cuarenta y seis segundos el balón entró en la portería de mi equipo declarándonos perdedores.
Los hinchas del equipo contrario gritaban felicitando el jugador mientras el corría por la cancha con los brazos abiertos, mirando al cielo como si hubiera sido la lluvia el motivo de su victoria. Irónicamente la lluvia fué la responsable de su victoria o al menos ellos así lo pensaban. Para nosotros la lluvia fué la causante de nuestra derrota. James se veía triste y perdido. Su cara de desilusión me perturbaba de tal forma que logró conmoverme.
Se acercó a mí y mirándome fijamente me preguntó: “¿te pasa algo?” no –dije-. Continuamos caminando “¿te pasa algo?” –Repitió-. Sin responder me acerqué un poco mas a él sintiendo que necesitaba mi apoyo. Entonces, abrazándome me miró a los ojos y me besó.
FIN